domingo, 23 de noviembre de 2008

Visita del Campo


La mañana del 18 de agosto Tania despertó con un dolor de estómago muy fuerte. Trataba de recordar qué había comido que le pudiera causar tal dolor, pero la noche anterior sólo había comido tres galletas de soda justo antes de quedarse dormida frente al televisor, esperando a su madre que volviera del trabajo.

Esa mañana no tenía nada de particular. El calor del desierto golpeaba con fuerza la tierra de las calles sin pavimentar y las techumbres seguían resistiendo los rayos del sol que por años se alojaban durante las horas de luz. Tania salió de su casa como de costumbre para ir a tomar su ducha matinal, el baño se encontraba a quince pasos de la puerta trasera de su casa, si bien no era una gran distancia, ese día esos quince pasos parecían eternos. El dolor en el estomago aumentaban con el movimiento de sus piernas y aferrando la toalla a su vientre, llegó hasta la puerta de entrada del antiguo baño que sólo tenía agua fría. Con dificultad entró y se sacó el camisón que hacía cuatro años su abuela Elisa le había regalado. Mientras tomaba su ducha, sintió una tibia sensación corriendo por sus piernas. Al mirar, se aterrorizó al ver sangre por todos lados. Después de unos segundos de pánico, recordó que su abuela una vez le dijo que cuando saliera sangre de “ahí”, se convertiría en una señorita. No entendía muy bien porque esa escena tan desagradable la convertía en una señorita, pero presentía que cosas nuevas vendrían a su vida y ya no podría volver atrás.

Como todos los días, Tania se sentó a desayunar vestida con su uniforme de colegio junto a su hermana menor y su madre. Estaba más callada que de costumbre y su madre sospechaba que algo ocurría. Debían ser sus notas. Tania nunca fue buena alumna, siempre citaban a su madre al colegio para conversar sobre la situación académica de su hija. Pero debía excusarse porque el horario de su trabajo no le permitía estar a las ocho de la noche en el colegio, teniendo en cuenta que apenas llegaba a su casa a las diez cuando la fuente de soda cerraba temprano.

Julia, la madre de Tania, fue mamá muy joven. A los diecisiete años tuvo a Tania en el hospital de la ciudad. Ese día nadie la acompañó. El padre de Tanía hacía ocho meses que no le hablaba a Julia, justo después de saber que Tanía venía en camino. Años después una vecina le contó que se había mudado a la capital. Cuando Elisa se enteró que su hija había dado a luz a una niña, sintió lástima y dejando atrás en enojo que le provocó que Julia estuviera embarazada de ese don nadie. Se reconcilió con ella y le ofreció toda su ayuda para cuidar a la bebe, y así Julia pudiera trabajar.

Para entonces Elisa estaba sana, nunca sospecho que esos “porotos” que tenía en los senos, años más tarde terminarían por convertirse en un cáncer que se la llevó rápidamente cuando Tanía tenía diez años.

Pasaron ocho meses desde la primera regla de Tanía. Ya se había acostumbrado a que una vez al mes tuviera "visita del campo”,como decía Julia. Su cuerpo había cambiado, sus caderas engrosaron y sus pechos crecieron, ya no era la misma Tania angelical de antes, ahora llamaba la atención de sus compañeros de clases, incluso de hombres mayores. Pese a esos cambios tan abruptos en su cuerpo, Tania parecía ser la misma niña de siempre. Le encantaba jugar a la pelota con sus compañeras, si bien a Julia no le parecía un deporte digno de practicar para una niña, sabía que era mejor que se mantuviera ocupada en un deporte, a que estuviera pensando en tonteras sin tener nada que hacer.

Es así como Tania hizo las pruebas para entrar al equipo oficial de futbol femenino de su colegio y la seleccionaron. Tenía entrenamiento todos los días después del horario de salida de clases. Su vida giraba en torno a sus estudios, que poco le interesaban, al futbol y a cuidar a su hermana menor que tenía que recoger religiosamente del preescolar después de los entrenamientos.

Tania era una niña sociable, le gustaba conversar con sus compañeros de clase, sobre todo cuando sus amigas le contaban acerca de chicos. Si bien ella no tenía mucha experiencia en estos temas, daba su opinión y aconsejaba a sus amigas para que ellas pudieran llamar la atención de los chicos que les gustaban.

Si bien Tanía siempre hablaba de chicos con sus amigas, no decía nada del suyo. Hacía tiempo que Tania estaba enamorada de su compañero de curso que se sentaba en el pupitre del lado. Todos los días eran un desafío, tenía que hacer algo para que Pablo se fijara en ella. Intentaba con peinados distintos, le regalaba frutas que eran su propia colación Después de un tiempo en que sus estrategias no daban muchos resultados, comenzó a escribirle cartas anónimas de amor, se levantaba bien temprano para llegar antes que Pablo, y así cuando Pablo se sentara a su lado, ya estuviera la carta instalada en su pupitre.

Pablo era un chico distinto a los demás, muy caballero, nunca insultaba a nadie, era gentil con sus profesores, le iba bien en el colegio, siempre obtenía las mejores notas. Su presentación era impecable. Los zapatos bien lustrados, sus camisas siempre limpias y planchadas. Para su edad, era un poco más alto que sus pares, tenía unos ojos entre verdes y cafés que cambiaban de color dependiendo de la luz del día. Sus pestañas largas hacían que Tania se sumergiera en sus ojos sin importarle las matemáticas, las ciencias o las artes, todo le daba igual, lo único realmente importante para ella era estar cerca de Pablo. A diferencia del resto de sus compañeros, Pablo era muy blanco, eso era raro viviendo en pleno desierto, en donde ninguna piel se resistía a los rayos del sol, es así como llamaba la atención de las demás niñas, muchas amigas de Tania también sucumbieron a sus encantos.

Pablo había notado el cambio que había tenido Tania el último tiempo. De reojo miraba sus pechos mientras tomaban nota. Le encantaba acercarse a ella con la excusa de que se le caía un lápiz y “sin querer” se apoyaba en sus piernas para recogerlo. Siempre buscaba el momento para rozarla, a veces con un ánimo libidinoso, otras sólo para sentir su olor. Pablo pensaba que Tania era muy floja. Odiaba que Tania no estudiara. Sentía la responsabilidad de soplarle en las pruebas para que no repitiera de curso, porque si lo hacía, ya no sería más su compañera ni estaría sentada a su lado.

Pablo presentía que las cartas eran escritas por Tania, pero no se atrevía a comentárselo. Las cartas estaban escritas con letra imprenta y Tania escribía con manuscrita, que por lo demás era una letra ilegible, -¿sería posible que Tania escribiera esas cartas?, cambiar la letra a imprenta no cuesta nada- pensaba Pablo. Sus sentimientos por Tanía eran confusos, le gustaba su cuerpo y la deseaba, pero se llevaban tan bien que le hacía pensar que sólo era una buena amiga. A veces tenía unas ganas locas de besarla, sobre todo cuando Tanía se reía y sus blancos dientes hacían contraste con lo moreno de su piel.

El día viernes terminando el mes de marzo, Tanía terminaba el entrenamiento cuando escuchó que algunos compañeros de curso le gritaban a lo lejos. Sólo podía oír sus risas, pero no lo que decían, ella cortésmente levantó su mano para saludarlos.

Tania corría rápido y sus grandes pechos subían y bajaban con el movimiento. La camiseta celeste y amarilla le quedaba muy ajustada, no porque quisiera usarla así, sino porque las camisetas del equipo eran talla única. Sonó el pito final y todas las chicas se dirigieron a los camarines, menos Tanía que había olvidado un cuaderno es su pupitre. Corrió rápidamente por las escaleras para ir a la sala de clases que se encontraba vacía. Cuando llegó y se acercó a su pupitre, se dio cuenta que Pablo también había olvidado un cuaderno, tomó el cuaderno de Pablo y lo empezó a hojear, mientras daba vuelta las páginas acariciaba su letra como si estuviera tomando su mano. Tania pensó en que ya llegaría el momento de revelarle quién era su enamorada anónima. Se sentó en el lugar de su amado y abrazó su pupitre. Imaginaba cómo sería darle un beso de amor, pensaba si tenía que cerrar los ojos o tenerlos abiertos para cuando llegara el momento. En su mente se besaban tan bien, sus labios eran tan suaves y sus brazos rodeaban su cintura y de vez en cuando le acariciaba el pelo.

Se abrío la puerta de la sala de clases, eran los compañeros de Tania, los mismos que estaban en el entrenamiento. Tania un poco asustada y avergonzada de que algo sospecharan sus compañeros acerca de sus sueños con ojos abiertos, se levantó rápidamente y metió ambos cuadernos en su bolso. Sus compañeros la miraban todo el tiempo. Tania se sintió incómoda y se apresuró en salir. Sus compañeros no decían nada, sólo se limitaban a mirarla fíjamente. Cuando se encontraba próxima a salir de la sala, un compañero grito -¡ahora!- y se abalanzaron sobre ella cubriéndole el rostro con un delantal. Tanía comenzó a gritar y le taparon la boca mientras sus manos recorrían sus piernas, sus pechos y sus rincones más íntimos. Intentaron quitarle la ropa pero Tania no se dejaba, apenas podía moverse. Se resistía sin obtener resultados, sentía como sus compañeros temblorosos la tocaban torpemente. En un descuido de uno de sus compañeros, logró sacarse el delantal que no la dejaba ver mientras lloraba. Tanía no podía creer lo que le estaba sucediendo, miraba a sus compañeros con asco y una profunda angustia. de pronto de abrió la puerta y entró Pablo, que había vuelto a buscar su cuaderno. Se quedó perplejo mirando la escena. Tanía lo miraba y mientras lloraba con su mirada le suplicaba ayuda. Pasaron unos segundos, eternos segundos para todos los presentes en la sala. Pablo después de ver a los ojos de Tania y las manos de sus compañeros tocando su cuerpo ya casi sin ropa, se dio media vuelta y se fue.

Tanía faltó dos semanas a clases, denunció a sus agresores a las autoridades del colegio, todos fueron suspendidos y uno fue expulsado. Pero esto no aliviaba en nada el dolor que oprimía su pecho. Recordaba una y otra vez a sus compañeros manoseándola y los ojos de su amado mirándola.

Cuando volvió a clases, todos la miraban, menos Pablo. Se sentó en el lugar de siempre sin decir palabra, con sus ojos mirando el piso. Pablo se levantó de su pupitre y le pidió a la profesora permiso para sentarse en otro lugar, esta se lo concedió y mientras sacaba sus cosas del pupitre, le dijo a Tania en voz baja – sucia puta- y se fue a su nuevo puesto. Ese día fue eterno, Tanía ni siquiera se quedó al entrenamiento.

Ahora las autoridades del colegio dicen que sólo fue un juego de niños, que tomaron las sanciones correspondientes y que no creen que este evento tuvo que ver con la decisión de Tania.
Julia no se explica, no quiere creer, no puede olvidar ver su hija colgada de una sábana amarrada a una viga de su casa.