martes, 10 de noviembre de 2009

Martes trece



Eran las cinco de la mañana de un martes trece. Siempre se ha dicho que este no es un buen día. Se dice que es el día de los brujos, que se caen los aviones, que los espíritus salen a pasear, etc. Yo no sé si sea verdad, pero de lo que sí estoy segura, es que nunca olvidaré esa noche.

Habíamos comido pescado durante la cena. Siempre tengo mucha sed luego de comer pescado, pero esta noche olvidé llevar un vaso de agua al dormitorio. Como de costumbre, vimos un poco de televisión y nos pusimos a dormir. Noté que mi novio dormía intranquilo, se movía y saltaba todo el tiempo. No le di importancia y después de darle unos mimos y abrazarlo, me quedé dormida.

Eran las cinco de la mañana en punto cuando desperté agitada, sudando y sedienta. No sabía qué hora era, hasta que vi el reloj de la mesita de luz. Pensé que era un fastidio ir hasta la cocina a buscar un vaso de agua a esa hora, pero mi boca seca y pegoteada me llevó hasta el refrigerador. Nunca me levanto a esa hora, para mí el sueño es algo sagrado y tiene que ser de corrido. Nada peor que despertar en medio de la noche y quedar con el sueño cortado. En la obscuridad, busqué mis pantuflas al tacto de mis pies y me cubrí la espalda con la bata de levantar. Todo parecía normal. Se escuchaba el ruido del refrigerador, una alarma de auto que sonaba a lo lejos y el tic tac del reloj de pared que nos regaló la bisabuela de mi novio. Abrí la puerta lentamente para evitar el típico crujido de las puertas de madera, pero no funcionó.

Del dormitorio principal a la cocina debe haber unos quince pasos. Diecisiete al refrigerador. Caminé como sonámbula. De memoria. Debo haber bostezado un par de veces en el camino, quizás me rasqué el estómago, o me restregué los ojos. Las típicas cosas que hace uno cuando tiene ese nivel de sueño. Abrí el refrigerador y de manera casi inconsciente, abrí la botella y empecé a beber. La luz del refrigerador abierto iluminaba mi cuerpo. Pensé en llevar más agua por si volvía a tener sed. Dejé el refrigerador abierto mientras buscaba un vaso, y como en la peor película de terror, cuando voltée, había un hombre o un animal cerca del refrigerador, lo iluminaba la luz, se podía ver claramente. Tenía el porte de un hombre, pero más bien parecía un animal, con unas alas de pájaro que se asomaban detrás de su cabeza. Sus ojos eran rojos, como de fuego y su rostro era la mezcla entre un hombre y un pájaro. Tenía una especie de pico pequeño, donde se asomaban unos dientes amarillos por los costados. Su cuerpo era oscuro, quizás negro, cubierto de plumas, grandes y chicas, y aunque trataba de cobijarse con la oscuridad, la luz del refrigerador delataba su presencia. Su patas tenían garras, grandes, filudas, sonaban en el piso cuando se movía. Sus brazos eran como brazos de hombre, fuertes, musculosos. Tenía dedos de hombre, pero con garras. Emitía un sonido y aunque era muy bajo, se escuchaba algo así como “pli, pli, pli” mientras respiraba.

Me quedé estupefacta viendo semejante espectáculo. No podía creer lo que tenía en frente. No podía gritar, no podía hablar ni gesticular. No me salía la voz. Se veía tan claro, era imposible confundirlo con alguna otra cosa, ahí estaba, en frente, sin previo aviso. Sentí mi cuerpo sudar mientras un frio me cubría de pies a cabeza. Comencé a mirar alrededor del personaje, a identificar mi casa. Todo parecía en orden, los muebles, el color blanco de las paredes, la mesa puesta para el desayuno. Excepto por el monstruo hombre-pájaro que tenía al frente. No sé cómo resbaló el vaso de mi mano y se estrelló en el piso.

De pronto estaba sentada en mi cama, sudando y con el corazón latiendo a punto de explotar. Miré el reloj sobre la mesita de luz, eran las cinco de la mañana en punto. Estaba sedienta, pero no me levanté. Mi novio se despertó asustado y me preguntó:
-¿qué pasó?-
-nada-, respondí aliviada, sólo fue una pesadilla.
Me di vuelta preparándome para volver a dormir. Mi novio me abrazó por la espalda. Me sentí segura, confiada. Me alegré de que todo hubiera sido un mal sueño. Sentía como los brazos fuertes y musculosos de mi novio me cobijaban. Y su respiración en mi cuello me hacía sentir aliviada, excepto cuando empezó a susurrar “pli, pli, pli”.