sábado, 5 de diciembre de 2009

Todos son unos putos


Todos son unos putos
Unos más que otros
Pero putos al fin.
¿Acaso hay algún hombre fiel?
Pues si tú eres hombre
Y estas leyendo esto
Déjame decirte que eres un puto
Aunque aún no te cagues a nadie
Lo harás igual
Porque es tú condición
Una puta condición.
Después de cagarte a tú pareja
Te sentirás un poco mal
Quizás a veces te de algún tipo de arrepentimiento
Pero cuando llegue la noche
Dormirás como un bebe.

Porque así son los putos
Esos seres humanos de dos cabezas
Que sólo una les funciona.
Ningún hombre se salva de ser puto
Ni político, ni dictador, ni poeta
Ni Allende, ni Pinochet, ni Neruda.
Pues su manera de vivir es el upa-chalupa
Y a pito parado, poto cagado

Por eso amiga
Yo la invito a ser putita
Pero a quedarse calladita
Y a dejarse de andar weviando con que le sean fiel
Mejor páselo bien
Y hágase la weoncita
Y verá que la vida se pone mucho más divertidita!

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Joyas peligrosas



Fuimos a la venta de joyas. Todo parecía muy normal. Mi mamá me enseñaba los hermosos collares y se los ponía para mostrarme cómo le quedaban. Eran collares maravillosos, diamantes que destellaban un sin fin de colores mientras la luz rosaba sus rocosas superficies. Nunca me han gustado mucho las joyas, más bien soy sencilla. No me gusta usar anillos porque me hinchan los dedos. Collares uso sólo para ocasiones, y los aros me los pongo para que las miradas se concentren en ellos y no en mis dumbísticas orejas. Mi madre se mimetizaba con los diamantes y sus ojos se le hacían cada vez más luminosos. Ante tanto entusiasmo, no me quedó más que sumergirme en los collares y comenzar a soñar con hermosas fiestas de gala, probándome cuanto collar llegaba a mis manos, jugando a ponérmelos de coronas, creyéndome una princesa del Medioevo.

Mientras me miraba al espejo con un hermoso collar de perlas naturales, pude ver que fuera de la tienda unos hombres con capuchas negras se acercaban. No había que pensar mucho para darse cuenta que la joyería sería asaltada. Me agaché lo más rápido que pude y pasé entre unos mostradores de joyas hacia el interior de la tienda. Le dije a mi madre que hiciera lo mismo. Ella me miró con cara de “!qué diablos te pasa!”, observando para todos lados con un encendido color rojo en el rostro, por si alguien había notado mi indiscreción. Se abrieron las puertas y entraron cinco encapuchados, gritando “!al suelo, todos al suelo!”, mientras apuntaban con unas extrañas armas. No es que sea experta en armas ni mucho menos, pero veo televisión y claramente estas armas no eran normales. Eran muy grandes y se parecían a las lanza aguas de los niños. En su interior se veía un liquido verde que se movía cada vez que apuntaban a alguien, cómo si el liquido tuviera vida propia y estuviera a punto de explotar.
Mi mamá ya estaba tirada en el suelo. Yo le hablaba bajito desde el otro lado, diciéndole que todo iba a salir bien, que se quedara tranquila. Increíblemente, había quedado en una posición en que podía ver lo que ocurría y estaba protegida al mismo tiempo. Nadie imaginaría que un ser humano cupiera por ese pequeño espacio entre dos mesones. Di gracias a Dios por ser tan flaca y luego pensé en las tonteras que puede pensar uno en los momentos menos oportunos. Vi una puerta abierta hacía el interior de la tienda, debía ser la bodega. Tenía que llegar hasta allá para llamar a la policía. Para eso tenía que cruzar muy rápido, sin que los ladrones se percataran de mi presencia.
Una vez al otro lado, en la oscuridad, noté que estaba en el cuarto de basura. Junté la puerta muy lentamente y saqué mi teléfono celular del bolsillo. No alcancé a llamar cuando los ladrones comenzaron a disparar, todos gritaban. Se me apretó el corazón y pensé en mi mamá, pero no me dio el valor para salir del cubículo en el que me encontraba. Miré por la rendija que quedaba entre la puerta y la pared. Unos rayos verdes en todas direcciones iluminaban la tienda. En vez de un asalto, parecía la guerra de las galaxias. No entendí nada. Noté que las manos de los asaltantes eran distintas a las manos humanas. Tenían una especie de ojos en la punta de sus tres dedos y eran de color café oscuro.
Apenas salieron del lugar, aún estupefacta por lo que había visto, corrí a ver a mi mamá. Me encontré con su cuerpo marcado en el piso y con pedacitos de su carne. No podía creer lo que veían mis ojos. Mi madre había desaparecido, la habían desintegrado. Me tiré al lado de su marca y lloré amargamente. Mi madre ya no estaría nunca más conmigo, y ni siquiera tenía su cuerpo para poder sepultarla. Mientras lloraba, vi algunos pedacitos de su carne que aún se movían. Pensé en tomarlos y echarlos en alguna cajita para tener algo que sepultar. ¿Cómo iba a llegar a la casa con pedacitos de carne, explicando que en eso había quedado mi madre?, ¿Cómo decirle a mi papá, acá está tu esposa?. El llanto se apoderaba cada vez más de mi y la confusión de lo que había visto llenada de preguntas mi cabeza. De pronto vi que uno de sus pedacitos de carne se lo tragó la tierra, como el piso lo hubiera absorbido. Me restregué los ojos para quitarme las lágrimas y ver si efectivamente el suelo se había tragado un pedacito de la carne de mi mamá. De pronto todos los otros pedacitos de carne también fueron absorbidos por la tierra. Ahora sí que ya no quedaba nada de ella. Ni su carne, ni su ropa, nada. Más pena me dio. Lloré como si me estuvieran cortando en pedazos.
Entre tanto sollozo, escuché la voz de mi mamá. “Dios mío, además estoy loca”, pensé. Pero me seguía hablando. “hija, estoy aquí”. Miré hacia todos lados. Quizás era su espíritu que se quería despedir.
-¿Mamá?- pregunté, mirando hacia todos lados.
-si hija, estoy aquí- respondió.
-no puedo verte mamá, ya eres un espíritu- repliqué.
-no, nada que ver, esto es muy raro. Estoy aquí abajo, en el piso-
Miré hacia abajo y vi a mi mamá en el piso, su cara, sus manos, su cuerpo. Mi mamá completa me hablaba desde el piso. Como una sombra. Decía estar de pie, pero yo la veía acostada. Con ropa, su cartera, su peinado. Se movía y me hablaba, pero desde el piso, como si estuviera en televisión y la pantalla estuviera en el suelo. Se ve todo muy plano, igual que el piso, pero ella está allí.
-¿estás bien?- le pregunté
-sí, muy bien. Pero es extraño. Si quiero mirarte, tengo que mirar hacia abajo y si miro al frente, veo el techo-.
-¿qué pasó?, ¿Cómo es allá?, ¿hace frio, calor, que sientes?-
-La verdad es que no sé qué pasó, pero ese rayo hizo que me tragara la tierra. Acá todo es muy quieto, no hace ni frio ni calor. Siento mi cuerpo, me muevo normal, todo es igual. Pero a mi lado se ve todo gris. Si te miro a ti se ve la ciudad, es como si estuviera dentro de un espejo, pero en el suelo-.
-¿Y qué vamos a hacer?
-no lo sé. Intenta darme la mano a ver si me puedo agarrar y me tiras-
Juntamos nuestras manos, yo en la superficie y mi mamá desde dentro del cemento. Veía sus manos y ella también veía las mías, pero fue inútil. No puede entrar mis manos en el cemento y sacarla. Ella tampoco logró atravesar la barrera. Mi mamá puso cara de choreada y me dijo:
-tremenda cagada, como mierda voy a salir de aquí, ¿qué va a decir tú papá? Bueno, vámonos para la casa nomás, qué vamos a hacer aquí-
-tienes razón, vámonos antes de que lleguen los policías, porque si no me van a encerrar en un manicomio si les cuento lo que pasó-
Miré a mi mamá y vi que conserva uno de los collares más caros que tenía la tienda, su favorito. Un collar de diamantes maravilloso, avaluado en millones de dólares. Collar que obviamente nunca iba a comprar, pero era feliz tan sólo con probárselo.
- mamá, ¡te quedaste con el collar!-
Se miró y se rió a carcajadas.
-que me lo vengan a quitar pues. Lo malo es que ahora ¿a quién se lo voy a mostrar? Vámonos mejor que se hace tarde y tengo que llegar a preparar la cena, aunque……… ¿podré cocinar así?.