miércoles, 27 de mayo de 2009

Cobardes y ególatras, pésima combinación.


Existen maneras y maneras de terminar una relación, unas más decentes que otras. Cómo olvidar el capítulo de Sex and the city cuando terminaron con Carrie con un post it, pésima forma, pero existen otras peores.
Una amiga me contaba hace unos días que tiene la intuición de que el pololo quiere terminar con ella. No le dice nada, en cambio, hace todo lo que a ella le molesta. Le corta o no contesta el celular, sale con las ex sin decirle nada y de alguna manera hace que ella se entere. Sale hasta tarde con los amigos,  inventa reuniones de última hora, transforma la casa en un caos, etc. Todos sabemos lo difícil que es, pero existen maneras más decentes para terminar. Qué tanto cuesta sentarse a conversar y explicar que ya no es lo mismo, que se fue el amor, incluso el clásico “no eres tú, soy yo” es mucho mejor a someter a la pareja a tal sufrimiento injustificado.

Es que hay hombres muy cobardes, (y mujeres también, pero ellos llevan la delantera). Cuando se está saliendo con un chico y deja de llamar, se entiende que ya no va más, uno se siente mal, pero bueno, así es la vida, hay más peces en el mar, NEXT. Pero cuando se tiene una relación formal, donde hubo amor, cariño, respeto, tiempo, ¿por qué querer terminarla de tan mala manera?.

Es que la cobardía y el ego de algunos hombres tienen niveles insospechados, ¿es que piensan qué son los únicos hombres en el mundo, o qué después de ellos no hay nada?, Está bien, no es tan fácil encontrar una persona que se ajuste a nuestros gustos, pero, ¡por favor! Debe haber algo mejor allá afuera que por lo menos tenga los cojones de decir, esto no va más.

viernes, 22 de mayo de 2009

Lola, la puta del Puerto.


Hace tiempo que venía fabricando su prostituto perfil. Con sus juegos perdidos y su mirada pícara, errada. Todo la hacía parecer una puta, sus movimientos, sus ojos, su ropa que cubría y encubría su deforme espalda, ardiente, sin pudores, ansiosa de posar de cama en cama.


Lola fue madre muy joven. A los dieciséis estaba amamantando a una criatura. Su hijo nació en el hospital municipal. Era un bebé muy robusto, hermoso, con grandes ojos azules hambrientos de conocer el mundo. Miraba con asombro todo lo que se cruzaba en su camino, con una contemplación absoluta, como si hubiera magia en cada pañal, cada biberón que se cruzaba en su camino. Todas las enfermeras comentaban su hermosura y se turnaban para cargarlo. Lola nunca más volvió a ver al padre, un amante ocasional quién apenas se enteró de su embarazo, la golpeó brutalmente y le gritó- ¡perdida, calienta pico, no tendré un hijo contigo, ese pendejo no es mío puta de mierda! . Desde ese día que Lola tiene la muñeca quebrada y cada vez que llueve, su muñeca le anticipa la precipitación con punzadas.


Lola se teñía rubio platinado, quería llamar la atención de cuanto hombre se le cruzara, no importaba la edad, clase social o estado civil, el sólo imaginarse penetrada, la hacía sucumbir ante cualquier invitación, por más profana que fuera. Sólo así, se sentía segura, querida, deseada, y era la única manera de no escuchar a sus sombras, aunque sólo fuera por algunos minutos.


El barrio la llamaba “la care muralla” y en ocasiones “la poto chimenea”. Desde que la sorprendieron en un oscuro callejón con las manos y rostro apoyados contra la pared, mientras un hombre levantaba su ajustada y corta falda de jeans, haciéndole el amor con los pantalones en las rodillas. El hombre metía sus manos bajo su estrecha camiseta para tocarle los pechos. Sus piernas largas y blancas junto con su cabellera platinada, se hacían notar en medio de la oscuridad de la noche. Sus gemidos no pasaban desapercibidos mientras el dueño de la florería de la esquina maniobrada su pene para metérselo lo más profundo posible diciéndole al oído: – ¿quién es la grandísima puta?, Zorrita-.


Quizás se abría mantenido el secreto si no fuera porque la esposa del dueño de la florería los sorprendió en pleno acto.  La señora siguió a Lola a escobazos y gritos por toda la cuadra hasta que Lola pudo cerrar la puerta de su casa y zafarse de la enajenada esposa. Desde ese día todo el barrio se le vino encima, las mujeres odiándola y los hombres deseándola. Las mujeres le hacían desprecios, le quitaron el saludo, miraban hacia otro lado cuando se la encontraban y a veces le tiraban huevos a la puerta de su casa. Los hombres, en cambio, trataban de topársela a solas a ver si corrían la misma suerte del florista.


Lola tenía el cabello largo y bien cuidado y unos ojos azules pequeños de mirada fija. Le gustaba dejarse las uñas largas y rojas. La gente decía que se parecía al padre, un marino inglés que una vez tuvo una aventura con su madre. Él nunca se enteró que el único encuentro de esa noche húmeda llena de estrellas, engendraría a Lola.


Un día en un bar, Lola tomaba su Martini de los días viernes, sola, como de costumbre.  Un hombre del otro lado de la barra la observaba atentamente, cada movimiento, cada cigarrillo que se llevaba a la boca. Creía estar viendo un ángel en medio de las tinieblas de aquel lúgubre bar. Lola sentía la mirada de aquel hombre, pero no le prestaba atención, seguramente era otro tipo que se había enterado de su reputación y quería tener una noche de placer, lo que podía esperar, pues el martini de los días viernes era la excusa perfecta para estar con ella misma y consolarse. Ya que no le quedaban amigas, así es que ella misma tenía que cumplir con esa labor y confortarse una vez a la semana en compañía del barman que siempre era tan amable.


Luego de unos minutos, el hombre del otro lado de la barra se sentó junto a Lola. Lucía un abrigo largo, negro. Usaba lentes de lectura y parecía un tipo serio. La invitó otro Martini y Lola como de costumbre aceptó. La miraba como a un espejismo, concentrado en su pelo, su sonrisa, sus manos, sus gestos, toda Lola le parecía un sueño. Comenzaron a hablar y él le contó acerca de su profesión, se llamaba Ian. Era médico, andaba por el fin de semana en la ciudad por un congreso de cirugía de su especialidad. No conocía a nadie.  No quería salir a beber con otros médicos, no tenía ganas de lidiar con el éxito de los demás ni con el propio. Al comienzo hablaban de trivialidades, el clima, el bar, comidas, etc, Lola se reía del acento de Ian, le parecía muy divertido y cuando trataba de hacer chistes, se veía aún más gracioso gesticulando más rápido de lo que su atarantado español le permitía explicar.


Ian era un médico exitoso en Estados Unidos, vivía en New York. Toda su vida se la había pasado estudiando, entre internados en el hospital y las clases en la universidad. Si bien se había divertido en su juventud, no tuvo mucho tiempo para relaciones sentimentales, siempre estaban primero las responsabilidades. Ian era cardiólogo, muy reconocido entre sus pares, de padre gringo y madre venezolana. Físicamente era la mezcla perfecta de un mestizaje programado, alto, de piel blanca, pelo oscuro, una gran sonrisa en honor a su madre, con un corazón alegre, latino, apasionado, aunque más bien se veía un tipo serio. Para Ian no era fácil entrar en confianza, pero cuando lo hacía, dejaba florecer sus instintos más caribeños.


Ian contemplaba a Lola largamente, sin decir mucho, sólo buscaba palabras como excusas para poder mirarla, recorría con la mirada el pelo rubio de Lola, desde el comienzo hasta el final, cada detalle de su cara, su boca, ¡cómo miraba esa boca! Parecía que sus ojos fueran parte de su tacto y la recorría con tiempo, fijándose en cada detalle entre comisura y comisura. Ian tenía tantas ganas de llevarla a la cama, pensó en esa posibilidad segundo por medio desde que la vio, pero sabía que su corazón no aguantaría, quién mejor que él para dar el diagnóstico. Su enfermedad estaba pasando por un periodo de extremo cuidado, darle un poco más de trabajo a su corazón podría ser fatal.


Y así pasaron las horas, hasta que amaneció. Salieron juntos del bar. El sol comenzaba a llenarlo todo, mientras iban apareciendo los pintorescos colores de las casas un poco maltratadas por el tiempo. Ian miraba a Lola, su vestido azul, sus uñas rojas, las casas, las calles, quería guardar cada detalle en su memoria para poder volver a ese día cada vez que se sintiera agobiado en el imparable New York.


Ian quiso despedirse con un beso, pero sabía que si lo hacía no podría contenerse. Tomó la mano de Lola y la besó con un beso profundo, húmedo, como si besara sus labios y acarició sus dedos, uno por uno, mientras Lola cerraba los ojos para sentirlo por última vez. Lola dejó correr una lágrima por su mejilla y dio un suspiro que despertó su alma. Era la primera vez que se sentía querida, deseada y segura sin pasar por una cama.


Desde ese día Lola vuelve al bar todos los viernes para tomar su Martini. Pero ahora ya no para consolarse, sino para cerrar los ojos y volver a sentir a Ian besando su mano y reírse al recordar su mal hablado español.


lunes, 4 de mayo de 2009

Ser leona en tiempos de fidelidad.


Esto de tener espíritu de Leona y estar pololeando (tener novio) es toda una experiencia. La cacería está prohibida y hay que acostumbrarse a la idea.


Fueron años de mi vida los que pasé sin tener ningún tipo de compromiso. Sólo candidatos a pololo, pero ninguno se llevó el título. Cuando se pasa mucho tiempo sin pareja, -aunque puede ser que sólo me suceda a mí- creo que la personas nos ponemos frescolinas y se adquiere una especia de técnica de casería. Aún recuerdo mi último….. , bueno, mi penúltimo chico candidato antes de ponerme a pololear. Lo conocí en una fiesta a mediados de semana, de esas con tenida formal después de la oficina. Nadie me lo presentó.  Lo vi subiendo las escaleras del castillo y parecía un príncipe. Desde arriba lo miraba mientras bajaba con mi vestido negro de satín con pintas blancas. Mirándolo a los ojos y sonriéndo coquetamente de dije –hola-. Eso fue todo. Después no lo volví a ver. Habían muchas personas en la fiesta y difícilmente podría encontrarlo. El miércoles de la semana siguiente nos encontramos y me preguntó - Eres la relacionadora pública? la semana pasada me saludaste - , - ays, la verdad no recuerdo, pero seguramente te encontré cara conocida y por eso te saludé- respondí. ¡cuec! de fresca nomás.


No digo que cada vez que quise seducir a un chico me resultó, pero diría que el 90 % de las veces dio positivo (igual bien). Hay que encontrar la técnica y saber cuáles son las fortalezas que uno posee. Eso hice yo. Pensé que evidentemente no todo el mundo me va a encontrar guapa, aunque mis papitos me digan lo contrario.  -si al chico no le llego por guapa, le tengo que llegar por simpática o por divertida-, y así lo hice y me fue bien, la cuestión era jugar.

Hoy, tengo a la leona dormida, pero a veces le dan ganas de despertar. Sobre todo en Berlín. ¡nadie me dijo que encontraría chicos tan guapos! Es que los alemanes se las traen, parece que de verdad son una raza superior y ¡más encima me miran!. Creo que les llama la atención mi piel tan blanca y mi pelo negro. En Berlín son todos muy claros y yo que lo latina lo llevo bien puesto.


Sólo el amor es mi ángel bueno que me dice-¡ no mires tanto!, ¡no seas golosa!, a ti no te gusta cuando te hacen lo mismo-. También recuerdo  la biblia que dice: si tú ojo derecho te es ocasión de caer, es mejor que lo arranques, pues es mejor llegar al cielo tuerto que ir completito al infierno (claramente no está textual, pero es la idea), ahí es cuando reacciono y me porto mejor. Si bien los lentes oscuros ayudan, no lo hacen todo. Trato de ser disimulada, pero ese nunca ha sido mi fuerte. Me imagino en esta misma ciudad soltera y me rio sola, aunque no cambiaría por nada del mundo lo que tengo.


¡ayúdame Dios a no caer en la tentación!.