Creo que todas las mujeres hacemos estupideces en algún momento de nuestras vidas. Recuerdo cuando tenía trece años, y la mayoría de mis compañeras lucían sus nuevos senos producto del desarrollo. Yo, aún con mi cuerpo de niña y más flaca que un fideo (nada por aquí, nada por allá) tenía que competir con las nuevas bubis de mis compañeras, una tarea casi imposible.
Buscando fórmulas para verme mejor, (como si los chicos hubieran preferido un bonito peinado a unas buenas bubis, que ilusa) se me ocurrió que los pelitos que tenía en la frente se veían mal y tenía que quitarlos a como de lugar. Claramente, sin utilizar cera, mi cobardía me alejada de cualquier método depilatorio que incluyera dolor. De ahí que me ponía la calceta y el jumper para rasurarme sólo el sector que se veía. Sabía que rasurarse no era la mejor opción, pero quitar la frazada de pelos que me habían acompañado desde mi infancia con cera caliente, o lo que es peor aún, con epiladi, no era una opción. En ese tiempo no existían la “ no no” o la “Braun” (se me calló el carnet ¡ays!).
Fue así como llegue a la crema depilatoria, según yo, la solución a mis diminutos pelitos de la frente. Recuerdo ese día, sola en mi casa frente al espejo y los palos de helado en mi mano para esparcir el ungüento. No tardé nada. Me puse un colet amarrándome el pelo y apliqué la solución en la zona, tal como decía en las indicaciones. Estaba feliz, por fin se irían esos molestos pelitos y me dejarían vivir en paz. Después de seguir paso a paso las instrucciones, me fui a ver televisión y a buscar al refrigerador alguna cosa para comer. No me di cuenta cómo pasaron los minutos, cuando vi el reloj, ya había pasado media hora, el doble de lo recomendado. Me fui a baño y lave la zona con abundante agua.
Aún recuerdo el grito que di al verme al espejo con una frente de veinte centímetros. Con el calor de la cabeza, la crema se había esparcido hasta lugares insospechados. Lloré toda la tarde. Además de no tener bubis, tampoco tenía cabello. Pasé dos meses peinándome como los viejitos pelados, agarrando pelos de la mitad de mi cabeza y acomodándolos con gel en mi frente de veinte centímetros. Tristes días. Como cuando no leí que el autobronceante no se debía aplicar en las manos y estuve una semana con manos color zapallo radiante metidas en los bolsillos. ¿Por qué las chicas hacemos tantas tonteras?