Iba en el metro leyendo mi libro de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes. En el Subway de New York nadie se mira. El contacto visual casi no sucede. Si llega a suceder, una de las dos personas desvía la mirada en el instante. Nadie quiere problemas. Todos prefieren quedarse en el anonimato y ser un transeúnte más.
Los asientos están puestos uno frente al otro, paralelos a la línea del tren. Dos asientos largos y celestes, con espacio como para seis personas por lado entre puerta y puerta (dependiendo del peso, he visto personas que se cuentan doble y hasta triple). Están diseñados para mirar al que está al frente, pero nadie lo hace. Todos buscan excusas. Revisan sus teléfonos celulares, juegan con sus aparatos de música, miran la publicidad de los bordes o simplemente leen un libro, como yo.
Noté que frente a mi había un tipo que me miraba. Eso ya es muy raro. A veces uno siente miradas, pero no tan directas ni por tanto tiempo. Sentía sus ojos clavados en mis pechos. Mis pechos no son grandes, pero son lindos, firmes y redonditos. Supongo que mi escote invitaba a mirarlos. No porque llevara un gran escote. La blusa se me había corrido y mis pechos se asomaban, como queriendo descubrir el mundo.
Di un vistazo corto por entre las páginas. Era un tipo guapo de unos 35 años. Vestía jeans y una camisa a rayas. Tenía el pelo un poco largo y ondulado, claro, con algunos mechones rubios. Se ponía unos mechones detrás de la oreja. Su sonrisa era linda. Tenía algunos dientes un poco chuecos.
Me acomodé el escote y seguí leyendo. El tipo seguía mirándome, podía sentir su mirada. Ya no había qué mirar. Mis tetas estaban escondidas detrás de la blusa. Me sentí incómoda. Intenté retomar la lectura, no entendiendo nada de lo que leía. Supongo que el rubor de mi cara me había delatado. Sentí rabia por ser yo la que sentía vergüenza, y no el mirón descarado de en frente.
Pasamos así varias estaciones. Maldije no haber tomado el tren Express. El martirio hubiese acabado hace rato. Para mi mala suerte, había preferido el tren local. Paramos en cada una de las estaciones. La gente subía, bajaba, se empujaba, reclamaba. En Union Square, un chico aguantó la puerta del tren hasta que una chica rubia, que venía unos 6 metros más atrás apenas bajando las escaleras, logró entrar al vagón. Una señora gorda, morena, un tanto alterada, le decía al chico que soltara la puerta, que iba a llegar tarde al trabajo por su culpa. Mirón (así lo bauticé) seguía en frente con sus ojos pegados en mi. Ni la rubia voluptuosa de tacones de 15 centímetros que recién había ingresado, lo había distraído de su misión, molestarme.
Traté de esconderme detrás de mi libro, simulando que no podía ver muy bien. De pronto escucho una voz:
- ¡Así que eres una chica inteligente!-
Casi muero. Sabía que era Mirón el que me estaba hablando. No me di por aludida y seguí leyendo. Escondida detrás del libro que hubiese querido que fuese más grande.
-¡Hey!, tú, la del libro de Bolaño-
Ya no me podía seguir haciendo la estúpida. Bajé el libro y con una cara nada amigable, le dije.
-¿Si?
-Eres una chica inteligente, volvió a repetir.
-¿Cómo sabes que soy una chica inteligente? Le pregunté.
-Porque estás leyendo a Bolaño.
-Cualquiera puede leer a Bolaño, le respondí. Es cosa de ir a la librería, comprar el libro y leerlo. No veo qué hay de inteligente en eso, cualquiera pude hacerlo-.
-Digo que eres inteligente porque se te ve en los ojos.
No pude aguantar el descaro y la valentía que este tipo tenía. Porque una cosa es ser mirón e incomodar a la gente, pero otra cosa es abordar a las personas para decir sandeces con aspiraciones de seductor. Fue tanta mi ira, que no sé con qué cara le respondí:
-En las tetas querrás decir, porque los ojos apenas me los viste. En cambio, las tetas me las has mirado todo el camino.
Me sentí mal por decir eso, pero tenía mucha rabia. La gente que nos rodeaba nos quedó mirando, se respiraba una incomodidad ambiental. Un tipo que estaba sentado juntó a Mirón, se quedó viendo mis tetas para comprobar si valía la pena o no mirarlas. Después de unos pocos segundos, siguió leyendo el diario. Supongo que no le gustaron.
-No soy bueno mintiendo. Tienes razón. Tienes unas tetas lindas.- me contestó-.
Más rabia me dio. Esto ya no tenía nombre. que se ha creído este mal parido, pensé. Sentí como la sangre se me vino a la cabeza. Y le respondí con agresividad.
-Andas diciéndole a las chicas que son inteligentes para cogértelas.
Soltó una carcajada y me miró fijo a los ojos. En ese momento pude notar un brillo especial en sus ojos verdes. Una mirada profunda, de perrito Huacho buscando cariño. Me dieron ganas de abrazarlo y acurrucarlo en mis tetas. Que sintiera mi calor y decirle que todo iba a estar bien.
-Te dije que eras una chica inteligente, dijo con una sonrisa en los labios.
Se detuvo el tren. Mirón se levantó, me dio una última mirada coqueta, sonrió y se fue.
Desde ese día, estoy desconsolada. No salgo de casa sin mi libro de Bolaño.