Siempre es lindo que te piropeen en la calle, sacar alguna sonrisa o algún –¡God bless you!- , es que la vanidad de una mujer es una cosa que no tiene límite, es preferible que te digan tonta a que te llamen gorda, eso sí que no tiene nombre. Pero una cosa son los piropos y otra cosa es que te acosen, ¡qué miedo!
El otro día, después de mis clases de inglés, fuimos con mis amigas a comer comida china a un restaurant cerca de time square, mucha comida, poco dinero, todo parecía perfecto. Qué bien la estábamos pasando, comiendo rico, conversando, riendo, inventando, increíble. Mientras conversábamos, noté una excesiva atención del mesero, a cada rato nos traía té y nos preguntaba si todo estaba bien. Después nos empezó a conversar, cosa rara, nunca antes había visto un mesero en New York que hablara tanto, a no ser que fuera para explicarnos los platos, para no ser descortés, le seguimos la conversación. Al cabo de media hora, era insoportable, y el chino se concentraba en mí, hablando de mi chasquilla, preguntándome si mis padres eran chinos o si tenía algún tipo de ascendencia china, mirándome con esos ojos diminutos. Pensé -está bien que tenga una piel muy blanca y un cabello extremadamente oscuro pero, !este chino es ciego o no ve mis ojos de tres metros de diámetro!. Chino cochino al parecer no percibía la incomodidad que mis amigas y yo sentíamos. Me acosó con preguntas, a cada un minuto, ya no nos dejaba conversar y me tocaba el brazo para que le prestara atención, una y otra vez. No sé cómo lo habré mirado la última vez que me tocó, pero no lo volvió a hacer, imagino que le abrí unos ojos de quince metros de odio, (porque crecen cuando me enojo), que le avisó que si lo hacía una vez más, chino cochino recibiría una tetera de té hirviendo en sus pantalones.
El mismo día, salimos a comer con mi amorcito a uno de mis restaurantes favoritos, el Buenos Aires, quedamos de juntarnos a las nueve, no comí nada después de la comida china sólo para banquetearme en la noche con ese bife chorizo que me hace tan feliz. Salí de mi casa, con tacones, uno de los vestidos favoritos de mi novio y mi repetido abrigo blanco. Subí al subway (metro) y me senté casi al lado de la puerta, sentí un olor nauseabundo, más de lo normal, pero no le presté atención, luego el olor se hacía cada vez más intenso, hasta que un homeless (vagabundo) se sentó a mi lado y me empezó a conversar. Ni siquiera podía mirarlo, voltear la cabeza habría sido un suicidio, casi no podía respirar mirando hacia el lado contrario, mirarlo habría sido semejante a entrar a una cámara de gases y morir. El homeless me preguntaba si iba a cenar, con quién iba a cenar, por qué usaba lápiz labial rojo, que le gustaba mi pelo, etc. Pensé que quedaba solo una estación y eso me daba esperanzas de poder respirar aire “puro” dentro de pocos minutos. Por fin se asomó la siguiente estación, paró el tren y homeless me siguió hablando, esta vez gritando -¡hay muchas lesbianas en el vecindario!- decía desde dentro del tren mientras yo caminaba hacia las escaleras, pensé en darme vuelta y decirle – ¡toma una ducha primero, putrefacto de ….!-, pero me arrepentí, igual tiene valor el homeless, nadie puede querer engrupir a una chica con ese olor.
Y para terminar, salgo del subway, feliz de respirar aire “puro”, y para variar, me pierdo, es que New York es fácil, pero cuando salgo del subway y no conozco bien el lugar, el up town y el down town se me dan vuelta y ver edificios por todos lados no ayuda mucho. Con cara de perdida miré a mi alrededor, adivinado por donde tenía que caminar, cuando un tipo se acercó y me preguntó si necesitaba ayuda, le expliqué donde me dirigía y me dio las instrucciones, muy agradecida, empecé a caminar, disfrutando de la vida nocturna de la zona, mirando a la gente, los edificios, los locales, pensando si mi novio ya habría llegado al restaurant, como de la séptima cuadra, empecé a sentirme incomoda, con una sensación como si me fueran siguiendo, primero pensé que debía ser mi novio jugándome una broma, pero la sensación se hizo más fuerte y se me erizó la piel, sentí angustia y un mal presentimiento, atravesé la calle y volteé, casi muero de la impresión cuando vi al mismo tipo que cuadras atrás me había dado las instrucciones a la salida del subway, me miraba fijo, con un gorro que antes no llevaba, tomé mi teléfono y llamé a mi novio, cuando me vio hablar sin entender lo que decía en mi nativo español, se alejó, y se fue.
Es que New York da para todo, acosadores cargantes, putrefactos y locos, !pero todos en un mismo día!, ¿no será mucho?.